Cuando yo vivia en Nápoles, había en
la puerta de mi palácio una mendiga a la que yo arrojaba monedas antes de subir
al coche. Un dia, sorprendido de que no me diera nunca las gracias, miré a la
mendiga; entonces vi que lo que había tomado por una mendiga más bien era un
cajón de madera, pintado de verde, que contenía tierra colorada y algu bananas
médio podridas.
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